LOS ÍBEROS.

LOS ÍBEROS 

1. Introducción


La cultura íbera se desarrolla desde el siglo VII a.C. hasta el siglo I a.C. coincidiendo con el final de la conquista romana de la Península Ibérica durante la época del emperador Augusto (31 a.C. a 14 d.C.), aunque su extinción definitiva se desconoce debido a que seguramente perduran en zonas lejanas a las ciudades durante algún tiempo más.

El nombre de Iberia es con el que los griegos denominan a la Península Ibérica a partir del siglo VI a.C. Se sigue la costumbre propia en la antigüedad de denominar a un territorio por el nombre de un río; en este caso puede tener su origen en el Hiberus (el Tinto o el Odiel, que desembocan juntos en la Ría de Huelva) o en el Iber (el Ebro, que desemboca en Deltebre, Tarragona). Había otra Iberia en el Cáucaso, a orillas del Ponto (el Mar Negro en la actual Georgia), pero no se sabe cuál recibe el nombre primero. El geógrafo e historiador griego Estrabón escribe que el nombre coincide a causa de la existencia de minas de oro en los dos lugares, aunque sin haber relación étnica ni cultural entre ellos. Ya durante el siglo I a.C. el término se refiere a toda la Península y así coexiste en época romana con el de Hispania. La referencia más antigua que existe relacionada con los íberos procede de la “Ora Marítima”, obra escrita en el siglo IV a.C. por el poeta latino Rufo Festo Avieno (Volsinii, Etruria, Italia) y basada supuestamente en un itinerario escrito en el siglo VI a.C. por marinos de Massalia (Marsella, Francia). En ella se indica que los íberos son un pueblo situado en la franja mediterránea peninsular y los diferencia del resto de pueblos del interior, menos civilizados.



Las raíces de los cambios que afectan a las poblaciones indígenas del final de la Edad del Bronce y que concluyen en el surgimiento del mundo íbero hay que buscarlas en las distintas influencias recibidas en la Península desde diversos ámbitos exteriores. Se producen contactos con grupos que ya en la Edad del Bronce recorren las costas atlánticas europeas. A través de los Pirineos llegan poblaciones celtas y otras relacionadas con la denominada “cultura de los campos de urnas”. Pero son principalmente los influjos procedentes del Mediterráneo Oriental los causantes de los cambios que convergen en la cultura íbera. Éstos son debidos en un principio a grupos de fenicios que comienzan con llegadas esporádicas, cada vez más frecuentes hasta llegar a la instalación de asentamientos estables como Gadir (Cádiz), cuya fundación las fuentes clásicas datan en el año 1100 a.C. La presencia fenicia tiene una gran trascendencia y es considerada clave por los investigadores en el desarrollo de los tartesos en el suroeste peninsular y luego, cuando éstos entran en crisis, de los íberos a partir del sureste peninsular en un territorio más amplio.
Los comerciantes fenicios llegan al extremo occidental del mundo conocido buscando la riqueza de los metales existentes, sobre todo la plata y el oro del sur o el estaño del noroeste. Ellos, por su parte, aportan novedosas técnicas de trabajo, materiales, costumbres e incluso sus dioses, lo que transforma para siempre la vida de las poblaciones locales. Gracias a estos grandes navegantes, los indígenas aprenden la metalurgia del hierro, el torno de alfarero, las ventajas de las casas angulares, la elaboración del vino o la obtención y múltiplos usos del aceite.
En definitiva, se entrecruza el saber de los nativos con el de los fenicios y los indoeuropeos, al que se añade el de los griegos a partir del siglo VI a.C. llegados desde las recién fundadas colonias de Malassia (Marsella, Francia), Emporion (Ampurias, Gerona) y Rhode (Roses, Gerona).

2. Territorios.

Los íberos ocupan la zona sur, central y este peninsular. Nunca alcanzan una unidad política, sin duda porque es algo ajeno a su propia cultura. Se agrupan en ciudades-estado. Sus principales asentamientos, los “oppida” (termino latino para referirse a las ciudades fortificadas, en singular “oppidum”), habitualmente tienen un tamaño y población de cierta consideración. Están fortificados y disponen de una organización interna de viviendas, calles, espacios comunes, así como otros elementos como edificios públicos, tanto civiles como religiosos. La mayoría se encuentran situados en lugares elevados, lo que facilita su defensa a la vez que aporta una buena visibilidad del entorno, el cual normalmente es una zona de influencia dependiente de ellos. De este territorio de alrededor obtienen una parte importante de los suministros necesarios para su funcionamiento, como alimentos, leña o materiales de construcción. Muy importante es la existencia de algún lugar cercano para el suministro de agua potable, ya sea un río o una fuente.

Las ciudades varían bastante de unas áreas a otras, sobre todo en su tamaño. Los mayores “oppida” se localizan en la zona sur de la Península, donde pueden alcanzar las 30 hectáreas de superficie. En cuanto a la población de cada una, se estima que no excede, para los casos más importantes, de los 3.000 habitantes. Algunas de las más extensas ciudades son Cástulo (Linares, Jaén) y Basti (Baza, Granada). Hay otros núcleos de población menores, sobre todo en la zona este de la Península, en donde destacan las atalayas situadas en puntos elevados para controlar el territorio circundante y los asentamientos agrícolas con superficie de hasta 2 hectáreas que se encuentran junto a zonas de cultivos en llanos o sobre pequeños cerros. El mejor ejemplo que nos ha llegado de atalaya es El Puntal dels Llops (Olocau, Valencia).
Las calles de las ciudades normalmente son de tierra, aunque hay muchos casos en las que están pavimentadas con piedras, losas e incluso con bordillos. En cuanto a la existencia de plazas, se han encontrado pocos asentamientos que las tuvieran. La forma de construcción habitual para cualquier tipo de edificación tiene forma cuadrangular, no sólo para las viviendas. Sólo hay elementos circulares en silos, hornos cerámicos y algunas torres defensivas. La mayoría de las viviendas son de una planta, aunque la presencia de escaleras en buen número de ellas nos indica la existencia de un segundo piso, o al menos de terrazas practicables. Es frecuente que incorporen patios, en la entrada o en el fondo de la casa, en ocasiones parcialmente cubiertos. También se han identificado semisótanos y despensas subterráneas.

Las viviendas habitualmente tienen dos habitaciones. Una sala principal que es propiamente el hogar y lugar en el cual se realizarían la mayoría de las actividades de la vida diaria. La otra es más pequeña y casi siempre se utiliza como almacén, en donde, además de vasijas de almacenamiento, suelen aparecer otros elementos como molinos y pesas de telar. El tamaño total de estas viviendas no acostumbran a superan los 50 metros cuadrados. Con menos frecuencia hay viviendas de una sola habitación y de más de dos habitaciones. Se han llegado a identificar algunas grandes viviendas con hasta 20 instancias; éstas tienen la función de residencias de las jefaturas de las ciudades y su ubicación es normalmente en lugares privilegiados dentro de ellas.
En la construcción, las técnicas y los materiales empleados son bastante homogéneos en todos los territorios. Por regla general las estructuras se asientan sobre una escasa cimentación. En muchos casos se limita a nivelar el suelo; cuando éste es de roca se rebaja hasta conseguir una superficie apta para edificar. Los muros se levantan mediante la colocación de un zócalo de piedras unidas con barro que por lo general no supera el metro, sobre el que se continua construyendo con adobe, o de manera menos frecuente con tapial. Está ausente el uso de la piedra tallada en forma de sillares regulares, así como las rocas duras difíciles de trabajar como el mármol.
El adobe se forma con bloques de barro cuya composición es arcilla, paja y agua, los cuales después de amasarse convenientemente se introducen en moldes de madera que pueden ser de muy distintos tamaños. Tras presionar bien la mezcla para que tome la forma, se desmoldan y se dejan secar durante unos 25 o 30 días antes de que estén listos para su utilización. La preparación del tapial es bastante parecida, aunque se sustituye la paja por grava para evitar las grietas durante el secado. Una vez lista la masa, en vez de en moldes individuales, se vierte directamente sobre el zócalo del muro, donde se ha instalado un encofrado de madera. Tras su apisonado para compactarlo bien, se deja secar, luego se retira el encofrado y finalmente se instala nuevamente este encofrado, ahora sobre el muro ya endurecido, para continuar el proceso hasta alcanzar la altura deseada. Tanto el adobe como el tapial tienen su punto débil en la humedad, razón por la que se colocan siempre sobre el zócalo de piedras que lo aísla del suelo. También por este problema con la humedad y para protegerlos de la lluvia, se revisten tanto exterior como interiormente de una capa protectora de barro, el enlucido, que normalmente se encala con yeso. A pesar de lo que pueda parecer, los muros de barro, ya sea adobe o tapial, resultan de gran resistencia y si se realiza un adecuado mantenimiento son de gran durabilidad. Se han encontrado algunos muros pintados de colores o con dibujos geométricos.
En cuanto a las cubiertas de las edificaciones, dependiendo del clima, pueden ser planas o ligeramente inclinadas, en este caso a un agua. La estructura del tejado se compone de una base de troncos sobre los que se extiende un lecho de ramas o cañas que a su vez se cubre con una gruesa capa de barro para impermeabilizarlo. El conjunto de troncos se une mediante cuerdas, o con menos frecuencia clavos de hierro. Las tejas no son utilizadas hasta su introducción por los romanos, siendo los ejemplares más antiguos del siglo II a.C. Se puede constatar que cuando una estancia tiene una anchura superior a los cuatro metros se suele añadir un poste de madera vertical, que ayuda a soportar el peso del techo, a menudo apoyado sobre una base de piedra para aislarlo de la superficie.
El suelo de estas construcciones normalmente es de tierra apisonada, en ocasiones decorado con pinturas o improntas de cuerdas o esteras, aunque también son frecuentes los pavimentos de cal o losas de piedra. Además, están documentados suelos de adobe, relacionados habitualmente con edificios asociados a actividades industriales como talleres textiles o almazaras. Es muy común la presencia de bancos corridos que están adosados tanto a los muros interiores como a los exteriores, construidos generalmente con adobe y que tendrían múltiples usos: asientos, soportes de vajilla y ajuar, o incluso camas tras cubrirlos con mantas o esteras.



Las fortificaciones que rodean a la ciudad se levantan por la necesidad de protección que hay en esta sociedad guerrera, pero seguro también por el prestigio que supone para las élites dominantes el disponer de unas poderosas defensas. Ofrecen un aspecto de gran monumentalidad y se consideran como las grandes obras públicas de la cultura íbera. Están formadas por murallas, torres, puertas y fosos. Dos de los mejores ejemplos de arquitectura defensiva son las de las ciudades de Puig de Sant Andreu (Ullastre, Girona) y Puente Tablas (Jaén). Las murallas más sencillas se componen de un muro simple de unos 50 o 60 centímetros de espesor, pero lo más habitual es la existencia de un doble paramento construido por dos muros paralelos que se rellenan de tierra y piedras. En ocasiones se refuerzan con muros transversales que unen ambos paramentos para aumentar su solidez. Los muros están construidos con un zócalo de piedra y un alzado de adobe o tapial. Se supone que en la parte superior habría un remate de almenas. Para el zócalo de piedra se utiliza generalmente la mampostería, es decir, piedras sin trabajar, aunque también se emplean sillares. En el caso de las llamadas murallas ciclópeas son de gran tamaño y no están ensambladas con mortero. Un ejemplo de restos de muralla ciclópea se encuentra en Ibros (Jaén). Las torres se construyen de la misma manera. Son generalmente cuadradas, aunque existen algunas redondas o poligonales. Pueden ser macizas o huecas. En los asentamientos más pequeños es habitual que no haya presencia de torres.
Las puertas de entrada a las ciudades son el punto más débil de las fortificaciones. Por esto muchas veces se construyen en codo o con torres. Su anchura es muy variable, dependiendo de la importancia del asentamiento, aunque habitualmente son de dos hojas. Están construidas de planchas de madera que en algunos casos de forran con láminas de hierro para hacerlas más resistentes y protegerlas del fuego. Se ha identificado la presencia de fosos en numerosos asentamientos, con la función de dificultar tanto la aproximación a las murallas como la excavación de túneles. No suelen circunvalar la totalidad del asentamiento, limitándose a los puntos más expuestos. Sus medidas varían mucho, se han encontrado hasta de un tamaño de 5 metros de profundidad y 13 metros de anchura. Lo corriente es un foso simple, aunque hay hasta grupos de cuatro fosos sucesivos.




Algunas de las ciudades destacadas son Puente Tablas (Jaén), Tejada la Vieja (Escacena del Campo, Huelva), Torreparedones (Castro del Río, Córdoba), El Oral (San Fulgencio, Alicante), El Tossal de Manises (Alicante), La Illeta dels Banyets de Campello (Alicante), La Quéjola (San Pedro, Albacete), El Castellet de Bernabé (Liria, Valencia), Alorda Park (Calafell, Tarragona), Tossal de Sant Miquel de Lliria (Valencia), Puig de Sant Andreu (Ullastret, Gerona), Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real), Carmo (Carmona, Sevilla), Urso (Osuna, Sevilla), Obulco (Porcuna, Jaén), Basti (Baza, Granada), Cástulo (Linares, Jaén), Celti (Peñaflor, Sevilla), etc.


3. Formas de vida.



Los íberos fueron pueblos agricultores y ganaderos y además mantuvieron entre ellos y con los colonizadores fluidas relaciones comerciales, creando incluso una moneda. En la sociedad se distinguen una aristocracia de agricultores y ganaderos, los guerreros y los siervos. Al parecer se organizaban en tribus y clanes. Establecieron gobiernos monárquicos, a cuyos reyes llaman régulos, jefes militares que controlaban extensos territorios.
Practicaban una religión naturalista adorando a la diosa-madre, a animales reales como el caballo y el toro y a animales míticos (grifos). Situaban sus santuarios fuera del poblado en bosques o abrigos rocosos y ofrecen a sus divinidades exvotos. Veneran a los muertos construyendo necrópolis de incineración y monumentos funerarios con ajuares de armas, útiles y cerámica.
En Andalucía vivieron distintos pueblos iberos destacando: los turdetanos, los bastetanos, los túrdulos y los oretanos.
  • Los turdetanos fueron los herederos más directos de los tartesios, ocupando el valle del Bajo Guadalquivir. En Urso (Osuna) se han hallado relieves relacionados con ritos funerarios, del siglo III a C. destacando dos Figuras femeninas, en actitud procesional, una de ellas toca la flauta y el “Cornicen”, de clara influencia romana, que representa a un guerrero que porta un cuerno. 
    Fue una de las civilizaciones indígenas de la región ibérica, cuya expansión territorial abarcó la zona que una vez fue controlada por los pueblos Tartessos. Los orígenes turdetanos, al igual que el de los Tartessos, están ligados a la historia cartaginesa y a la fenicia. El historiador griego Estrabón consideró que esta cultura fue la más poderosa entre los íberos. Según los registros que se tienen en las antiguas polis griegas, los turdetanos eran una cultura bastante organizada y bien urbanizada.



  • Los bastetanos viven en la zona oriental de Andalucía, en contacto comercial con los griegos. Es importante la necrópolis de Galera (Tutugi) y la ciudad de Baza. La Dama de Baza  es la pieza más importante, descubierta en 1971 y lo mismo que la Dama de Elche tenía función de urna cineraria. Parece ser que era una diosa maternal, compañera y protectora de los difuntos, similar a diosas griegas de los siglos V y IV a C. Bastetanos o bástulos fueron un pueblo ibero, antiguos habitantes de la Bastitania, con capital en Basti, la actual localidad de Baza (Granada, España). Habitaban un territorio que ocupaba el sureste de la Península Ibérica, que hoy en día pertenece a las provincias de Granada, Almería, este de Málaga, sur y sureste de Jaén, sur de Albacete y suroeste de Murcia. Entre las ciudades conocidas de la Bastetania, los autores antiguos citan Arkilaquis, Tutugi, Basti, Acci o Iliberri. No es más que un territorio cultural que nunca tendrá entidad política alguna. Los romanos definieron esa región tomando el nombre de una de sus ciudades, Basti, pero que nunca fue capital de toda la zona. Sus dominios ocupaban desde Baria, actual Villaricos, (Almería) hasta Bailo (Cádiz), comprendiendo ciudades tan importantes como Abdera, Sexi, Malaca o Carteia. El historiador y geógrafo griego Estrabón cita a los bastetanos siendo sinonimo de bástulos aunque Plinio y Ptolomeo entre bastetanos en el interior y bástulos en la costa. 
          -La dama de Baza: 
La llamada Dama de Baza es una escultura y una urna cineraria, tallada hacia el 400 a.C. Representa a una mujer sentada en un trono alado, probablemente una divinidad de la muerte, captada según un esquema iconográfico de diosa sedente y trono alado, muy repetido en el ámbito griego o helenizado. Está vestida con tres finas túnicas; un manto le cubre la cabeza y cae a lo largo del cuerpo. Se adorna con una tiara, pendientes, gargantillas y collares; en los dedos lleva varios anillos. Sus pies calzan zapatillas rojas y descansan sobre un cojín. Este conjunto de elementos suntuarios y simbólicos permiten pensar que la mujer representada es una diosa-madre. El pichón que sostiene en su mano izquierda es símbolo de su divinidad. El detalle que nos revela la función de urna cineraria que tuvo esta escultura es la cavidad situada en el lateral derecho del trono, debajo del asiento, en la que aparecieron los huesos quemados del difunto. La Dama de Baza apareció el 20 de julio de 1971 durante la excavación de la tumba 155 de la necrópolis del Cerro del Santuario (Baza, Granada). La tumba, excavada en el terreno, es de planta casi cuadrada con forma de piel de toro extendida. Mide 2,60 m de lado y 1,80 m de altura. La escultura apareció junto a la pared norte de la fosa presidiendo el conjunto, rodeada de cuatro ánforas, cuatro urnas, tres tapaderas, dos cuencos, armas y otras piezas menores, como un broche de cinturón damasquinado, tres fíbulas, una fusayola y un dado.

Fue en el cerro Cepero donde se encontró la escultura más importante del arte ibérico, la Dama de Baza, que se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. 



  • Los oretanos: Los oretanos (en latín oretani) fueron un pueblo íbero prerromano que habitó las tierras desde Sierra Morena hasta la cuenca del río Anas (actual Guadiana) (ver artículo: Oretania), correspondiente a las actuales provincias de Ciudad Real y noreste de Córdoba, oeste de Albacete y al sur la provincia de Jaén, más allá del Saltus Castulonensis (era llamado así al antiguo limes o frontera entre las provincias romanas de Hispania Citerior e Hispania Ulterior).
    La ciudad más grande de la Oretania era Cástulo. Sus gentes, nativas de Sierra Morena y del borde de la meseta sur, controlaban una zona con grandes poblaciones de más de 10 hectáreas de extensión como Sisapo (La Bienvenida), Lacurris o Larcuris (Alarcos - Ciudad Real) o el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), así como amplios territorios de penillanura y sus vías de comunicación. Han pervivido algunos nombres de sus régulos o reyezuelos, como por ejemplo Orissón, único guerrero que consiguió derrotar a los cartagineses en Heliké con una curiosa estratagema (véase Muerte de Amílcar Barca). Al menos en época tardía, pudieron estar bajo el dominio de un único soberano, lo que explicaría el matrimonio de Aníbal con la princesa oretana Himilce, hija del rey de Cástulo, Mucro. La intensa iberización de los oretanos se produce ya en época orientalizante, a juzgar por sus cerámicas. Sus santuarios son los más ricos del mundo ibérico. En Alarcos han aparecido estelas con figuras zoomorfas y existía un arte de gran calidad al servicio de las elites refinadas y poderosas, como lo indican las cerámicas, los bronces y los mismos tesoros argénteos, tan frecuentes en la zona de Sierra Morena. Y en Castellar (Jaén), han sido hallados en el importante santuario de la Cueva de la Lobera más de 3000 exvotos ibéricos.
    Pero el interés principal del mundo oretano se centra en su papel intermediario en los procesos de transculturación ocurridos en estas tierras por la transmisión de elementos culturales y étnicos entre turdetanos, bastetanos, contestanos, carpetanos, vetones, lusitanos y celtas. Si por una parte explican su temprana y profunda iberización, por otra se celtizaron intensamente. Así se explican algunas confusiones históricas como:
    Que la ciudad de nombre céltico Miróbriga (cerca de Capilla, Badajoz) sea considerada por Plinio el Viejo como túrdula y por Ptolomeo en una ocasión turdetana y en otra oretana
    La confusión entre dos Mentesas limítrofes, como son la Oretana y la Bastetana)1 omitida y mencionada respectivamente por Plinio y Ptolomeo, ambas con topónimo de dos pueblos distintos, pero ubicados en la Oretania, lo que ofrece otra muestra más del complejo mosaico étnico de estas zonas.
    Lo mismo se deduce de la referencia de Plinio a que los celtas de la Beturia, que corresponde a las mismas tierras, procedían de celtíberos de Lusitania.
    También existe cierta confusión con la ciudad de Laminium, calificada por Ptolomeo como carpetana cuando, independientemente de dónde se la sitúe, debió ser oretana. Por último, Plinio denomina a la ciudad epónima como Oretum Germanorum, lo que parece confirmar la presencia de elementos célticos infiltrados por estas zonas en épocas diversas aunque probablemente tardías, a través del pastoreo, la minería, el empleo de mercenarios y, finalmente, como clase dominante.A partir de esta situación se podría decir que existían dos Oretanias a ambos lados de Sierra Morena:
    -Una, al sur de Sierra Morena, de etnia íbera pura, con capital en Cástulo.
    -Otra, al norte, con más influencia de los Oretanos Germanos (Oretani Germani), de influencia céltica.
    Sierra Morena, más que una frontera, era una línea montañosa de encuentro que unía ambas etnias gracias a la existencia de numerosos santuarios en sus proximidades que obligaban a peregrinar a la zona. Las fuentes clásicas ya diferenciaban dos Oretanias: Plinio el Viejo citaba: Oretani qui et Germani cognominantur (N.uh. 3, 25, ya citado arriba). Polibio también distinguía entre estas dos Oretanias, haciendo referencia a unos oretanos ibéricos al sur de Sierra Morena. Ptolomeo asimismo lo mencionaba hablando de una Oretania Germánica al norte. Igualmente cabe destacar que estos mismos autores clásicos han incluido el territorio que comprendería la Oretania dentro de los pueblos celtíberos, por ejemplo en este pasaje de Estrabón:
    Pasando la Idubeda se llega en seguida a la Celtiberia, que es grande y desigual, siendo su mayor parte áspera y bañada por ríos, ya que por esta región va el Anas
    En este mismo pasaje se hace referencia a que dicho río nacía en la Celtiberia (el río Anas, Guadiana), nace cerca de las Lagunas de Ruidera.
    Posidonio hacía igualmente referencia a que el río Anas y el Tagus (Tajo) discurrían por Celtiberia: Los Pirineos separarían Galia de Iberia y Celtiberia, región por la que discurren el Anas y el Tagus.
    Aquí también se incluiría a los carpetanos como un pueblo celtíbero. El historiador Gregorio Carrasco añade incluso que los Oretanos podrían ser una parte importante de Celtiberia, puesto que en la ya famosa cita de Plinio el Viejo hay algunos elementos que tendrían que estudiarse más a fondo: Oretani qui et Germani cognominantur, caputque Celtiberiae. Para Carrasco ese "caputque Celtiberiae" sería en realidad "caput quae Celtiberiae", es decir, caputque sería una contracción de caput quae con el fin de ahorrar espacio, puesto que a lo largo del texto existen muchas más contracciones y supresiones de letras, ya que el texto original no se conserva y lo que nos queda son dos transcripciones de los siglos IX y X, con lo que el texto cobraría sentido y su traducción sería: Oretanos a los que se apoda Germanos, cabeza de Celtiberia.
    El territorio de esta Oretania Germánica sería el comprendido al norte de Sierra Morena, en las provincias de Ciudad Real, noreste de Badajoz y oeste de Albacete; en cambio, la íbera quedaría al sur de Sierra Morena.
    La capital de los oretanos iberos sería Cástulo (cerca de la actual Linares), mientras que la de los oretanos germanos sería Oretum Germanorum (Granátula de Calatrava), siendo otras ciudades importantes Gemella Germanorum (Almagro), Miróbriga (Capilla), Lacurris (Alarcos, cerca de Ciudad Real), Sisapo (La Bienvenida), Laminium, Mentesa Oretana (Villanueva de la Fuente), Mentesa Bastia (La Guardia de Jaén), Aurgis o Puente tablas (Jaén capital),Baikol,Bailén. Iltiraka (Úbeda), Obulco, (Porcuna), Toya (Peal de Becerro), Cerro del Pajarillo (Huelma) etc.
    De la gran ciudad del Cerro de las Cabezas en Valdepeñas (Ciudad Real) no se ha logrado descifrar de qué ciudad se trataría, aunque su importancia es enorme ya que se calcula que su población suponía el 1.% de toda la de la Península Ibérica y además nunca llegó a ser romanizada o arabizada.
    Los oretanos (orissos en griego) vencieron al cartaginés Amílcar aproximadamente en el año 230 a. C., cuando estaba sitiando Heliké (ciudad de ubicación desconocida; se baraja la hipótesis de Elche de la Sierra entre otras). Himilce, hija del régulo oretano de Castulo, se casó con Aníbal para sellar un pacto entre oretanos y púnicos, en el contexto del tratado del Ebro entre romanos y púnicos.


4. La sociedad íbera


La sociedad íbera es desigual, está muy jerarquizada y se articula sobre tres grupos sociales principales. En la cúspide se encuentran los reyes o aristócratas, según el periodo, luego los clientes y por último los esclavos. Las ciudades son inicialmente gobernadas por monarquías sacras, es decir, reyes que ocuparían su posición preeminente por designio de los dioses con los se creen emparentados. Pronto estas monarquías sacras son sustituidas por otras heroicas en las que los gobernantes pasarían a descender de un héroe que se creía emparentado a su vez con la divinidad. Pero a lo largo del siglo V a.C. parece que se producen importantes cambios sociopolíticos que implican la sustitución de estas monarquías de tradición orientalizante y que, tras una serie de convulsiones locales no del todo aclaradas, dejan su lugar a aristocracias guerreras. Dichos conflictos sociales parece que tienen relación con la destrucción de los monumentos escultóricos de la que se tiene constancia en diversos lugares, sobre todo durante los siglos V a.C. y IV a.C. Ya sean inicialmente los reyes o luego los aristócratas, poseen una autoridad que se transmite de manera hereditaria y que ejerce el poder de una forma absoluta sobre un territorio más o menos amplio, organizando todas las actividades de la comunidad. Tienen también el mando militar en las guerras dirigidas tanto para mantener la integridad de su territorio frente a sus vecinos como para ampliarlo. Estos gobernantes viven habitualmente en residencias situadas en los puntos más elevados y centrales de la población. Son élites que se rodean de una clientela con la que no es necesario tener lazos de sangre. Los clientes tienen una relación de gran dependencia social con la clase dirigente, pagando unos tributos y asegurando una obediencia que les es garantía de protección. Dentro de los clientes hay grandes diferencias, ya que están incluidos en esta categoría distintos grupos, como los artesanos, comerciantes, agricultores, pastores, etc. Respecto a los esclavos, no se sabe con certeza que su existencia fuese generalizada, pero en algunas zonas su presencia está testificada. Por ejemplo, cuando los cartagineses al mando de Aníbal invaden Sagunto en el año 218 a.C., los esclavos son vendidos por diversos lugares de la Turdetania a otros íberos.
Existe una división del trabajo entre los habitantes de los asentamientos. Algunas personas están liberadas de las tareas propiamente productivas (ganadería y agricultura), las cuales se dedican a otras como pueden ser la artesanía o el comercio. Esta división del trabajo es posible gracias a un incremento de la producción agropecuaria, impulsada por una mejora de las herramientas y técnicas agrícolas, algo que permite una liberación de mano de obra que es ahora empleada en otras actividades. Se cree que un 50% de la población podría desempeñar trabajos agrícolas, un 15% estaría formado por artesanos, comerciantes, guerreros a tiempo más o menos completo y gobernantes, mientras que el restante 35% incluiría a niños y ancianos que, en teoría, no tendrían capacidad para trabajar. Las mujeres parece que se dedican a tareas agrícolas, domésticas y cuidado de los niños. De momento no se ha encontrado ninguna mención de mujeres que perteneciesen a la clase dominante.
Referente a la esperanza de vida, se ha realizado un estudio muy significativo acotado a la información proporcionada por una única necrópolis, teniendo en cuenta que sólo parte de la población terminaba ahí. Se trata de la necrópolis de Setefilla (Sevilla), en donde la edad media de los restos pertenecientes a hombres es de 33 años y de las mujeres es 22 años. Esta diferencia de 11 años se explica por las complicaciones del embarazo y el parto, algo habitual en aquellas sociedades. Los 40 años de edad sólo los supera el 28,57 % de los hombres y el 6,67 % de las mujeres. También se estima que la mortalidad infantil podría suponer un 50 % de la total.

5. Guerra



Los guerreros parece que no constituyen grupos numerosos de forma permanente, sino que son reclutados en su mayor parte entre los clientes, según las necesidades militares de cada momento. Los cargos de responsabilidad estarían desempeñados por aristócratas de rango intermedio. Tradicionalmente se ha venido considerando que la forma de lucha típica de los íberos es la denominada de guerrillas, formada por pequeños grupos de guerreros dotados de armamento ligero que hostigan al enemigo mediante ataques por sorpresa tras lo que desaparecen inmediatamente gracias a su perfecto conocimiento del terreno. Este tipo de enfrentamientos se produce principalmente durante las primeras épocas y va evolucionando hasta llegar a una guerra más compleja. Existen unidades encuadradas en formaciones cerradas de unos cientos de combatientes que cuentan con la ayuda de otros dedicados a aspectos como el reclutamiento de ejércitos, traslado, alimentación de hombres y animales, estacionamiento de tropas, etc. Hay frecuentes enfrentamientos entre los distintos pueblos íberos, y entre estos y sus vecinos celtíberos o de otras etnias, aunque suelen ser de poca duración. Se trataría de choques que se limitan sobre todo a los meses de primavera y verano. Muchas veces es una forma más de obtención de recursos, principalmente para los habitantes de los territorios más pobres.
Los soldados se protegen con escudos, cascos, corazas y espinilleras. El armamento del que disponen son espadas, puñales, lanzas, jabalinas, hondas y arcos. Parece que no hay contingentes de caballería hasta el inicio de la Segunda Guerra Púnica, a partir de cuando empiezan a existir de forma habitual. Entre los materiales relacionados con el uso del caballo se encuentran los bocados y las espuelas; sin embargo no se han localizado herraduras. La falcata es la espada más conocida del ámbito de los íberos. Parece que su origen está en la machaira griega, de origen en la región de Iliria y que llega a la Península Ibérica en el siglo V a.C. adaptándose a las necesidades y gustos locales. Se acorta su longitud, se transforma la hoja de un filo en otra de doble filo y se le dota de unas acanaladuras a lo largo de la hoja que aligera el arma a la vez que mejora su rigidez. Mide de 55 a 70 centímetros, con una hoja curvada de doble filo en su último tercio, que permite que se utilice clavando su punta o cortando con sus filos. La hoja de la falcata se suele fabricar a base de varias láminas, generalmente tres de acero y hierro, soldadas mediante golpes de martillo sobre el yunque, lo que la dota de una gran dureza, resistencia y flexibilidad. Muchos de los ejemplares encontrados en los ajuares de las tumbas presentan decoraciones a base de nielado (una especie de damasquinado) con hilo de plata. De las tres láminas habituales de la hoja, la central se prolonga para formar el cuerpo de la empuñadura, que se completa con un mango de madera o metal sujeta por remaches. A su vez, la empuñadura comúnmente está cerrada y rematada con figuras de cabezas de caballo o ave. La funda se confecciona en cuero, en algunas ocasiones con rebordes metálicos. Se lleva normalmente casi de forma horizontal junto al abdomen en vez de ir colgada a un costado. Cuando mueren, las armas son colocadas en la sepultura junto a las cenizas del difunto.
La presencia de mercenarios procedentes de la Península Ibérica en las diversas guerras que se desarrollan a lo largo y ancho de Mediterráneo está bien documentada a partir del siglo VI a.C. Son muy apreciados como guerreros y se les reclutarían por las potencias que luchan en aquellos momentos por el control del Mediterráneo: griegos, cartaginenses y romanos.

6. Lengua y escritura


Las lenguas y escrituras íberas tomaron como fuente los alfabetos fenicio y griego, combinando letras y sílabas. Fue un desarrollo propio, inspirado en aquellas y adaptado a sus necesidades. Existían variaciones por las distintas zonas geográficas. Se conservan alrededor de 2000 inscripciones pertenecientes al periodo entre finales del siglo V a.C. y el cambio de era. Todavía son mucho más las dudas que las certezas en relación con esta lengua. Es una escritura muy compleja, escasamente documentada y cuyo estudio entraña numerosos problemas. Aún no se ha podido descifrar, aunque comprendemos bastante bien su fonética y se sabe una gran cantidad de topónimos y antropónimos. Posiblemente el conocimiento de la escritura era algo reservado a muy pocos. Los textos, ya fuesen mercantiles, jurídicos, financieros, votivos o religiosos, se grababan sobre diversos soportes: monedas, piedras, piezas de cerámica, estelas funerarias, paredes de abrigos y cuevas, y sobre todo, láminas de plomo. Éste es el soporte por excelencia para esta escritura. Seguramente muchos de estos plomos escritos serían cartas comerciales. El llegar a entender la escritura supondría un gran avance en la comprensión de la cultura íbera. Posiblemente la forma de conocerla sería descubrir una pieza al estilo de la piedra Rosetta. A partir del siglo I a.C., por la presencia de los romanos, la lengua y el alfabeto íberos comienzan a desaparecer, siendo sustituidos por el latín.



7. Moneda

Los íberos tardaron tiempo hasta acuñar moneda en cecas propias (talleres de acuñación de moneda), aunque antes ya conocían y utilizaba las ajenas. La moneda como tal apareció en Lidia, ciudad griega de Asia Menor, en el siglo VII a.C. y se extendió rápidamente por todo el Mediterráneo, llegando pronto a la Península Ibérica, lugar donde se las tomaba como otro objeto exótico más, con un valor intrínseco por el peso del metal que contenían. También existían monedas partidas por la mitad o en cuartos, supuestamente con la intención de obtener moneda fraccionaria.
Los principales focos difusores de la moneda por el territorio peninsular fueron las colonias griegas del noreste: Emporion (Ampurias, Gerona) y Rhode (Roses, Gerona). Desde ellas, y a lo largo del siglo V a.C. las primeras monedas que se extendieron fueron acuñaciones derivadas de las denominadas “tipo auriol” que, aunque originales de Massalia (Marsella, Francia), también pudieran haber sido producidas en Emporion, al menos en parte, dada su abundancia en la zona. A partir de finales del siglo V a.C. y sobre todo a lo largo del siglo IV a.C., con la participación de gran número de mercenarios íberos en diversas guerras por todo el Mediterráneo, estos descubrieron realmente los beneficios y ventajas del uso de la moneda. Las emisiones aumentaron y se diversificaron. Estaríamos ante un paso intermedio entre el uso de metales preciosos al peso y la moneda como tal, en la que convivirían los pagos mediante pequeños fragmentos de plata y las monedas propiamente dichas. En el siglo IV a.C. sólo hay constancia de acuñación de moneda por parte de una ciudad íbera, Arse (Sagunto, Valencia). Poco antes del inicio de la Segunda Guerra Púnica hubo un cierto desarrollo de las emisiones de monedas íberas, aunque todavía de manera algo escasa. Se distinguen dos zonas de actuación. Por un lado, el entorno de las colonias griegas del noreste, donde directamente se falsificaban las monedas de Emporion y Rhodes, dando lugar a las denominadas dracmas de imitación, que llegan incluso a utilizar leyendas griegas inventadas. Por otra parte, se destacaban un número reducido de ciudades íberas no vinculadas directamente con las colonias griegas como podían ser Arse (Sagunto, Valencia), Saiti (Játiva, Valencia) o Cástulo (Linares, Jaén). Las más cercanas culturalmente al mundo griego, Arse y Saiti, emitían monedas utilizando plata, mientras que Cástulo, bajo control cartaginés, lo hacía en bronce.
El gran revulsivo para el uso de la moneda en la Península Ibérica fue la Segunda Guerra Púnica, ya que se puso en circulación una inmensa cantidad de dinero. Esto fue debido a que había unas grandes exigencias económicas por parte de los contendientes en sus respectivos ámbitos de actuación, además de para su uso en el pago de mercenarios y el reparto de botines. Las tropas romanas se surtían de emisiones principalmente de Emporion, aunque también recibían moneda de Roma. Sobre las tropas cartaginesas no hay seguridad de la ceca emisora de su moneda, pero bien pudo ser Quart Hadasht (Cartagena, Murcia). Además, existían cecas móviles militares en ambos bandos que producirían según las necesidades de cada momento. Muchas de las anteriores monedas acabaron en manos de la población íbera. Aunque una vez acabada la guerra, los romanos se hicieron con la mayoría de ellas debido a la política fiscal recaudatoria que llevaron a cabo contra los indígenas íberos. De hecho, hoy día son muy raros los hallazgos de piezas datadas de finales del siglo III a.C. Sin embargo, las acuñaciones de monedas íberas tendrán su mayor esplendor a partir de la época de dominio romano, sobre todo desde finales del siglo II a.C. hasta la derrota de Sertorio en el año 72 a.C. Pero durante este tiempo, respecto a las inscripciones que aparecían en las monedas, se fue abandonando progresivamente la tipología y escritura íbera para pasar a leyendas bilingües y finalmente a la tipología y escritura romana en latín. El declive llegó por el emperador Claudio, confirme a la decisión tomada por el emperador Calígula en torno a los años 39 y 40 d.C. de prohibir las emisiones locales, y solo permitir las acuñaciones de Roma.



8. Arte
Las representaciones artísticas íberas alcanzaron una calidad muy destacable, caracterizándose por la influencia que obtuvieron de las culturas griegas y fenicias. La escultura es posiblemente la forma de expresión artística más importante de los íberos. En ella se aprecia claramente los influjos externos, principalmente griegos. La motivación principal para su realización se cree que se debía a que las élites buscaran una forma de marcar claramente las diferencias con el resto de la población y hacer ostentación de su supuesto pasado heroico. Una característica muy extendida fue la metódica destrucción de la que fueron objeto buena parte de los monumentos escultóricos. La mayoría de ellas se encontraban en ámbitos funerarios y se ha relacionado esta destrucción con las revoluciones sociales que modificaron las estructuras sociales a lo largo del desarrollo de la cultura íbera. De este modo se intentaba acabar con los símbolos de los anteriores dirigentes. Los materiales que se utilizaban eran piedras que no fuesen duras, algo que facilitaba el trabajo y permitía utilizar materiales como escoplos, formones y gubias, que se podrían golpear con mazos de madera e incluso con la mano. Para hacer agujeros en la piedra se utilizaba el trépano y para el alisado de las superficies se usaban abrasivos, posiblemente en polvo. Muchas piezas se pintaban, bien directamente sobre la piedra o tras recibir ésta una imprimación previa. Algunos ejemplos entre las importantes piezas que nos han llegado son la Dama de Elche en Ilici (Elche, Alicante), la Dama de Baza en Basti (Baza, Granada), la Bicha de Balazote (Albacete), el León de Nueva Carteya (Córdoba), el Cipo de Jumilla (Murcia), los relieves de algunos sillares del monumento funerario de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete), el conjunto escultóricos del Cerro de Los Santos (Montealegre, Albacete) y el conjunto escultórico de Porcuna en Obulco (Porcuna, Jaén). Los exvotos y las figuras de terracota, tratados anteriormente, eran también otras significativas representaciones artísticas.


En cuanto a la orfebrería, se fabricaban anillos, pendientes, collares, diademas, brazaletes, pulseras, fíbulas, broches de cinturón, etc. Se realizaban en oro, plata o bronce. Entre las técnicas decorativas destacaban: el repujado, consistente en dar relieve a una lámina de metal mediante el golpeo de la pieza; el grabado que es el dibujo de los motivos mediante incisiones con un instrumento puntiagudo; la filigrana, técnica compleja en la que mediante el calor se aplican hilos metálicos sobre la superficie de la pieza formando figuras; el granulado, que se trata en la formación de diminutos granos esféricos de metal que se aplican sobre una superficie hasta dar forma a los motivos decorativos.
La pintura prácticamente sólo se conserva en las representaciones figurativas plasmadas en las cerámicas. Podían tratarse de elementos decorativos, textos escritos, personas, animales y vegetales. También se conoce de pinturas que cubrían las paredes de algunas tumbas de cámara, como la de Galera (Granada) y actualmente desaparecidas. También era importante la fabricación de vajillas de lujo, para la que se utilizaba principalmente plata y bronce primorosamente trabajados mediante el repujado, el grabado y el nielado. Algunos de los ejemplos más conocidos de estas vajillas han aparecido en los tesoros de Salvacañete (Cuenca), Mengíbar (Jaén) y Tivissa (Tarragona).



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